La vida es una constante búsqueda... y a ti te encontré en la calle.

martes, 9 de julio de 2013

COLABORACIONES 3 (π)

 Hace un par de años colgué en este mismo blog un relato. En un comentario de dicha entrada hablaba de que una amiga (Bea) se currara un comic inspirado en él. Pasa el tiempo y sigo sin un hueco para retocar ese comic como quiero (y creo que se merece) y así es que durante este curso, queriendo colaborar con otra amiga diferente, pensé en que este texto encajaría perfectamente con los gustos de mi admiradísima "Pi" (combativa y concentrada, que non pequena, amiga)

   La espera llegó ayer a su fin y así es que puedo subir este gran dibujo. El primer contacto con el acrílico de Pi (ya te vale jodía!!!), que además de dicha técnica usó sus maravillosos rotring.
   

   Aquella última puesta de sol...

    Aquel descompuesto horizonte me hacía sentir como un artista novato contemplando a la musa más bella que jamás existiera. Me sentía a gusto y minúsculo ante aquel mar tan descolorido y violento, era el único testigo del mayor arrebato de ira jamás sucedido.

    Parecía que el mar estuviese engullendo al sol y que éste a su vez escapase de las amenazadoras nubes negras, nubes que recorrían la cúpula del cielo huyendo de aquel hermosísimo mar, envidiosas y cegadas por sus propios reflejos en las descontroladas olas que corrían hacia ellas, queriendo acecharlas hasta darles caza, unirse a ellas al fin. En la orilla, acantilados y pequeñas playas eran barridas y destrozadas por una fuerza sobrenatural. El mar era un rival imbatible, ni los mayores héroes de la, ahora, olvidada historia podrían hacer nada contra él. El mar convertía en arena las más duras rocas y en polvo la más fina arena. Era una muestra de fuerza y poderío del mayor ejército que jamás atravesó reinos, praderas o estepas en busca de gloria o grandeza. Un ejército en donde se enroló la fría indiferencia de la naturaleza.

    Se hacía tarde, yo ya había dilapidado miles de horas contemplando la costa, ya había presenciado aquella magnificencia destructora el tiempo suficiente para reconocer lo que estaba a punto de suceder... mi reino se desmoronaba. Yo perdía mi trono, mi mundo... pero no estaba demasiado triste, al fin Él me perdonaba. Arrasando todo esto me liberó de la vigilancia y cuidado que le profesara durante incontables milenios... ya podía volver a casa. Me levanté de aquel frío peñasco mientras el sol se ocultaba definitivamente, me asomé al acantilado más próximo y me dejé caer.

    Con la inercia de la caída y extendiendo mis poderosas alas que habían vuelto a mi espalda emprendí el vuelo... volvía al fin a casa, con mis hermanos y con mi Padre. Aunque he de reconocer que con cierto sentimiento de que todo podría haber sido diferente, mejor quizá, aunque Él no lo creyera así.






Más trabajos de esta gran ilustradora en su blog The thing doesn´t paint very well o en su facebook.

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