Vuelvo al bar donde estaba la máquina de pistachos del recuerdo anterior. En esta ocasión sigo subido a la barra y de nuevo estoy comiendo.
En ese bar había un rica tapa que me encantaba de enano y que me encanta ahora, aunque ya jamás la encuentre por ahí. Tan sólo muchos años después, al lado de la Catedral de Lugo, la volví a disfrutar. Se trata de una tapa de tripas, algo asqueroso, ya, pensareis que vaya niño raro era, pues sí, jajajaja, raro incluso de paladar. Creo recordar que la servían con patatas cocidas, un poquillo de pimentón y un chorrito de aceite de oliva, además la servían en esos platitos cerámicos blancos con forma de elipse y una especie de asa en el extremo para agarrar, otro clásico el plato éste, jajajaja.
¡¡Ay la memoria!!, queramos o no estará unida a muchos olores y sabores, hay sentidos que despreciamos, pero que tienen un poder brutal de trasladarnos en el tiempo y el espacio.
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